En busca de vida extraterrestre
Entrevista a Miguel Ángel Sabadell, astrofísico y editor de la revista «Muy Interesante»
Miguel Ángel Sabadell y la búsqueda de vida extraterrestre (ciencia frente a especulación). El científico habla con nuestro redactor Francisco Javier Millán sobre su último libro.
La pregunta acerca de si estamos solos en el universo ha fascinado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, abordarla desde la perspectiva científica exige diferenciar con precisión entre hipótesis y teorías consolidadas, un matiz fundamental que el astrofísico y divulgador Miguel Ángel Sabadell destaca en su reciente libro En busca de vida fuera de la Tierra: hipótesis científicas sobre la vida en el universo y el misterio de su ausencia, publicado por la editorial Pinolia.
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En ciencia, una teoría no es una simple idea o suposición, como suele creerse si nos basamos en el lenguaje común, sino un cuerpo de conocimientos robustamente respaldado por evidencias, como ocurre con la teoría de la evolución de Charles Darwin o la del Big Bang. Las hipótesis, por el contrario, son planteamientos pendientes de verificación. Esta distinción resulta clave en el estudio de la vida extraterrestre, un ámbito donde la especulación razonada debe mantenerse alejada de la fantasía sin fundamento.
El misterio primordial: el origen de la vida en la Tierra
Paradójicamente, antes de buscar vida en otros mundos, la ciencia tropieza con un misterio más inmediato: comprender cómo surgió la vida en la Tierra.
A pesar de llevar más de medio siglo de investigación desde los experimentos pioneros de mediados del siglo pasado, los avances en este asunto han sido modestos. Existen varias hipótesis sobre el origen de la vida terrestre: desde procesos puramente casuales hasta la panspermia, que propone que la vida pudo llegar en cometas o meteoritos. Esta última, sin embargo, desplaza el interrogante a otro lugar sin resolverlo, ya que aún quedarían por explicar los mecanismos que originaron esa primera vida extraterrestre.
Antes de buscar vida en otros mundos, la ciencia sigue sin saber explicar con certeza cómo surgió la vida en la Tierra
El reto consiste en comprender cómo, a partir de componentes químicos simples, pudo aparecer espontáneamente una molécula autorreplicable. Aunque existen proyectos destinados a generar vida artificial en un laboratorio, recrear las condiciones que permitieron la aparición espontánea de la vida sigue siendo un objetivo lejano.
La obsesión marciana
Durante décadas, dos planetas han concentrado gran parte de nuestras expectativas: Venus y Marte. En el caso de Venus, la lógica era ingenua: al verlo cubierto por nubes, se asumió que llovía abundantemente, lo que llevó a imaginar —incluso entre científicos respetados— la existencia probable de plantas y animales de gran tamaño. Es un ejemplo de cómo la imaginación puede imponerse al rigor observacional.
Marte, por su parte, capturó la imaginación colectiva con aún más fuerza. Observaciones telescópicas mostraron en el siglo XIX manchas interpretadas como vegetación y supuestos canales artificiales. El astrónomo Giovanni Schiaparelli los llamó canali, término que en italiano puede referirse a canales naturales o artificiales. Al traducirse al inglés como canals, comenzó una fiebre especulativa sobre civilizaciones marcianas capaces de construir redes de irrigación.
Astrónomos como Percival Lowell incluso describieron en detalle el supuesto clima marciano, comparándolo con la campiña inglesa. Esta visión alimentó obras emblemáticas como Crónicas marcianas (1950), de Ray Bradbury, o La guerra de los mundos (1898), de H. G. Wells. Sin embargo, la llegada de las sondas Mariner en el siglo XX desinfló el mito: Marte resultó ser más árido que el Sahara.
La revolución de los exoplanetas
El panorama cambió de forma radical en los años noventa con el descubrimiento de planetas fuera del Sistema Solar. Los primeros exoplanetas fueron detectados en 1992, pero el hallazgo decisivo llegó en 1995, cuando Didier Queloz y Michel Mayor identificaron un planeta orbitando otra estrella y abrieron una nueva era en la búsqueda de mundos habitables.
Al principio solo era posible detectar planetas gigantes similares a Júpiter, especialmente aquellos muy cercanos a su estrella. Con el tiempo, el refinamiento de las técnicas permitió identificar planetas rocosos. Hasta septiembre de 2025 se han confirmado más de 6000 exoplanetas, un número que sigue creciendo rápidamente. La NASA alcanzó el hito de los 5000 en 2022 y desde entonces el catálogo ha aumentado de forma constante.
La zona de habitabilidad: la clave para la vida
El concepto de «zona de habitabilidad» parte de una suposición fundamental: si la vida extraterrestre existe, probablemente esté basada en el carbono y dependa del agua líquida. El carbono es el único elemento capaz de formar cadenas moleculares complejas y estables; el silicio, a pesar de sus similitudes químicas, forma compuestos demasiado rígidos y tiende a convertirse en arena al combinarse con oxígeno. Por ello, el agua líquida —excelente disolvente para moléculas orgánicas— se considera esencial.
Estar en la zona de habitabilidad no garantiza la existencia de vida: las condiciones necesarias son mucho más complejas que la simple presencia de agua
La zona de habitabilidad define la región alrededor de una estrella donde un planeta puede mantener agua líquida en su superficie. En nuestro Sistema Solar, solo la Tierra cumple esta condición, lo que la convierte en el único mundo conocido con agua en estado sólido, líquido y gaseoso al mismo tiempo.
Pero, como advierte Miguel Ángel Sabadell, estar en la zona de habitabilidad no significa albergar vida. «Es como tener patatas y huevos: podrías hacer una tortilla, pero no necesariamente la harás», resume el astrofísico. El surgimiento de la vida requiere una combinación compleja de condiciones adicionales.
La paradoja de Fermi: ¿dónde están todos?
Si, como sugería Carl Sagan en la serie de televisión Cosmos (1980), el universo puede albergar millones de civilizaciones, ¿por qué no hemos encontrado ninguna señal? Esta es la famosa paradoja que formuló Enrico Fermi, físico italoestadounidense, pionero de la física nuclear y creador del primer reactor, y conocido por poner en tela de juicio la ausencia de pruebas sobre vida extraterrestre.
Para quienes creen en la abundancia de vida inteligente, la ausencia absoluta de indicios resulta desconcertante. Pero Sabadell recuerda que, para científicos escépticos como Frank J. Tipler, no existe tal paradoja: simplemente no hay pruebas porque no existen otras civilizaciones inteligentes.
El debate expone dos filosofías enfrentadas. Mientras Carl Sagan lamentaba el «espacio desaprovechado» si estuviéramos solos, otros señalan que el universo no tiene por qué generar vida inteligente. En la propia Tierra, de millones de especies, solo una desarrolló tecnología. La inteligencia no es un destino evolutivo inevitable.
El desafío de la comunicación
Si algún día lográramos contactar con otra civilización, ¿cómo nos comunicaríamos? La ciencia ficción ha imaginado diversas soluciones, desde el lenguaje matemático y musical de Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977) hasta los complejos símbolos de La llegada (Denis Villeneuve, 2016), película que Miguel Ángel Sabadell considera la más realista en este terreno.
El reto no se limita a intercambiar vocabulario. Transmitir conceptos abstractos como «amistad» o «amor» a una inteligencia sin nuestras referencias biológicas o culturales es una tarea monumental. El astrofísico recuerda que, durante la Segunda Guerra Mundial, estadounidenses e ingleses —que compartían idioma, religión y sistemas políticos similares— tuvieron malentendidos en cuestiones tan básicas como las normas de cortejo. Si eso ocurre entre culturas humanas separadas por apenas un siglo, ¿qué podemos esperar de seres totalmente ajenos a nuestro marco de referencia? Según Sabadell, comprender mínimamente una cultura alienígena podría llevar décadas.
¿Revolución o indiferencia?
Al contrario de lo que suele creerse, el hallazgo de vida extraterrestre quizá no causaría un cambio profundo en la sociedad. Encuestas realizadas por Miguel Ángel Sabadell desde la revista Muy Interesante mostraron que el 70 % de los españoles asegura que eso no cambiaría su vida cotidiana. Tras el impacto mediático inicial, seguiría siendo necesario pagar facturas, trabajar y cumplir responsabilidades.
Esta respuesta cuestiona la idea, habitual en ciertos círculos ufológicos, de que los gobiernos ocultarían un contacto extraterrestre para evitar el pánico social. Los datos sugieren que la mayoría simplemente continuaría con su rutina.
Especulación contemporánea: el bosque oscuro
La hipótesis del «bosque oscuro», planteada por Liu Cixin en su trilogía El problema de los tres cuerpos, sostiene que las civilizaciones avanzadas se ocultan para no atraer a fuerzas hostiles. Stephen Hawking, poco antes de morir, ya aconsejó que dejáramos de anunciar nuestra presencia al cosmos.
Pero Sabadell en su libro considera esta hipótesis más cultural que científica. Durante la Guerra Fría imaginábamos extraterrestres benevolentes capaces de solucionar nuestros problemas. Hoy, en tiempos de incertidumbre, los imaginamos como amenazas invisibles. Estas narrativas, sostiene, hablan más de nuestras ansiedades actuales que del universo real.
La ausencia de señales extraterrestres quizá no sea un misterio cósmico, sino una lección de humildad sobre nuestras expectativas como especie
Del mismo modo, la hipótesis del «zoo galáctico» —que propone que nos observan sin intervenir— no deja de ser una explicación para un fin determinado. La ausencia de señales podría tener una respuesta más simple: quizá no existan civilizaciones avanzadas, o al menos no tantas como imaginamos.
Un equilibrio entre imaginación y rigor científico
El libro En busca de vida fuera de la Tierra pretende precisamente ese equilibrio entre la especulación informada y el rigor metodológico. Como señala el autor, es esencial distinguir entre ambas, especialmente cuando aún desconocemos el fenómeno más fundamental: el origen de la vida en nuestro propio planeta.
Mientras continuamos perfeccionando nuestras técnicas y examinando el cosmos, la lección más valiosa puede ser la humildad epistémica. El universo es como es, no como desearíamos que fuera. Y esa realidad, en toda su complejidad y misterio, merece tanto nuestro respeto como nuestra curiosidad inagotable.

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