Mujer, angustia y sociedad. Entrevista a Anna Boyé
Fotoperiodista y antropóloga especializada en matriarcados
Editorial
Este año en nuestro país la celebración del 8M queda terriblemente empañada por los efectos de la ignorancia y la falta de humildad de algún «miembro» del actual gobierno. Si además pensamos en la situación de guerra en Europa que ha causado la fuga de millones de mujeres y niñas desplazadas fuera de su país ante la mirada pasiva de la comunidad internacional, la celebración del día ocho de marzo es, incluso, dolorosa. Sentirse indignada, defraudada y algo cansada de discursos construidos desde la violencia verbal puede ser normal en una celebración como esta. En INÈDIT EDUCACIÓN queremos aportar una mirada pacificadora y reflexiva sobre la mujer y las formas de convivencia en equilibrio que han existido y se mantienen en la actualidad, a pesar de la situación mundial.
Anna Boyé, fotoperiodista y antropóloga, ha fotografiado durante más de veinte años a la mujer en contextos religiosos, etnográficos y urbanos. Un día decidió dedicar su vida a la búsqueda de comunidades matriarcales por el mundo para entender el papel de la mujer en la sociedad. Desde entonces, nos ha presentado a la comunidad minangkabau de Sumatra, a la remota comunidad de mujeres mosuo, en China, a los últimos descendientes directos de los incas, las comunidades quero y huilloc del Perú andino, a las mujeres juchitecas de México y a la comunidad bijagó, de Guinea Bissau. Podéis seguir sus viajes en su plataforma, matriarcados.com, o bien descargar los ebooks dedicados a cada comunidad que os indicamos en la bibliografía de este artículo.
Pregunta: Anna, ¿por qué el menosprecio y el maltrato a la mujer es una constante en la historia de la humanidad?
Respuesta: Bueno, eso no es del todo cierto. Cómo antropóloga podría hablar de teorías científicas del nacimiento del patriarcado y las razones varias que dieron pie a su inicio y consolidación, pero no soy de teorías. Nuestra mirada histórica como especie es muy pequeña y limitada. Nuestro recuerdo como civilización es muy corto y tiene muchas lagunas. Hay evidencias de organizaciones humanas ancestrales basadas en el consenso y la colaboración entre el hombre y la mujer.
P.: Quiero fijarme en la relación madre-hija, ¿por qué se repiten las relaciones tensas y complicadas entre madres e hijas? ¿Es un problema generacional?
R.: La educación de antes no es la que tenemos hoy en día, era una educación rígida y nuestras madres no aprendieron a relacionarse, no es que haya mala intención o mala voluntad. Las madres siempre quieren a sus hijos e hijas, pero no somos perfectas. Ahora, lo importante es basarnos en el respeto, aunque no consigamos ponernos de acuerdo, si hay amor y diálogo se puede sobrellevar. Las madres replicaban conductas aprendidas de forma cultural. Ahora que soy abuela he entendido lo difícil que es crecer, el tiempo que conlleva. Cuando eres madre no tienes ese tiempo, el día a día te arrastra y no percibes el crecimiento de tus hijos como lo haces cuando eres abuela. Si hubiéramos tenido orientación para saber cómo observar a nuestros hijos e hijas podríamos haber desarrollado otra actitud, pero si nadie te lo explica tú no lo aprendes. Por ejemplo, la sociedad minangkabau tiene prohibido enfadarse y hay normas que lo recuerdan en las escuelas y en la familia. Enfadarse no es una opción.
P.: En la relación de la mujer con otras mujeres, parece que no avanzamos, que el feminismo ha fracasado a la hora de unirnos a todas y a todos. Algunas mujeres rechazan a otras por sus creencias, su cultura o sus preferencias. ¿Qué nos falta para conseguir un consenso femenino integrador?
R.: Eso ocurre porque falta el respeto, el diálogo, el consenso. Somos el fruto de la sociedad en la que hemos vivido, así nos han educado. Las mujeres siguen siendo enemigas entre sí, eso está cambiando, pero muy lentamente. Las mujeres no se escuchan las unas a las otras, se muestran agresivas como lo han hecho los hombres. Esta sociedad es muy rápida y eso ha generado una generación de personas impacientes. Sin tranquilidad no hay conciencia ni tampoco escucha, y saber escuchar es fundamental. Hemos de tener paciencia los unos con los otros y no querer que los cambios sean inmediatos. Tenemos que desarrollar sentido de grupo, y pensar en los otros, somos una comunidad y necesitamos tiempo para cambiar. Esa inquietud es lo opuesto a la paz, a la tranquilidad que se vive en las sociedades matriarcales. Por eso me siento bien cuando estoy en ellas: porque se respira una paz que lo inunda todo. Sin embargo, en Occidente se respira guerra, siempre estamos en guerra de alguna forma.
P.: Pues no tenía previsto hablar de la guerra, pero tengo la sensación de que hay fuerzas que se empeñan en continuar vivas en el siglo XXI, fomentando la violencia y promoviendo la guerra. A veces siento ira, otras una impotencia desalentadora, las nuevas generaciones están desbordadas y las noticias sobre suicidios nos rompen todos los parámetros en educación. Siento que hemos traspasado un límite y que hay que actuar de alguna manera
R.: Nuestra generación ha sido muy dura, la de nuestros padres fue todavía peor. Pero tenemos que ver las cosas con una perspectiva más distante, no podemos mirar la actualidad como una dualidad de lo bueno y lo malo. Todo es una relación entre el caos y el orden. Tal vez, ahora estamos en un momento de caos, pero después llegará el orden. Tenemos que vivir desde el «ser» y no desde el «tener»; este sentimiento es el que impera en las comunidades matriarcales, que se alejan del límite del día a día y viven como en una continuidad, en una conciencia que supera cualquier concepto del «tener». No podemos mirar desde el desánimo porque todo forma parte del ritmo de la vida: lo bueno y lo malo, el caos y el orden… Hay que encontrar el camino del medio, aunque nuestra sociedad siempre vaya hacia un lado u otro, porque las noticias tienden a focalizar lo destructivo y lo negativo de nuestra especie. Hay que abrirse y alejarse para poder analizar lo bueno que tenemos; aquí también hay familias matriarcales pero no forman un tejido social, aun así hay familias y comunidades en nuestro país en que, por razones económicas o políticas, las mujeres se han empoderado y han sido reconocidas, normalmente más por sus hijos que por la sociedad o por los maridos, pero tenemos que mirar con calma para poder apreciar lo bueno que convive cerca de nosotros.
Anna Boyé ha recorrido el mundo en busca de respuestas sobre el papel de la mujer como miembro de la comunidad y como motor de toda sociedad. Personalmente creo que las ha encontrado, pues transmite paz cuando hablas con ella. Hace muchos años que nos conocemos y las dos hemos sobrellevado situaciones difíciles como trabajadoras, como madres, como mujeres solas e independientes… En fin, a mí me quedan muchos kilómetros que recorrer hasta alcanzar el camino del medio.
Bibliografía:
Ebook: Las herederas, Anna Boyé versión Kindle
Ebook: Comunidad Bijagó, Anna Boyé, versión Kindle
Ebook: Comunidades Quero y Huilloc, versión Kindle
Reportaje y vídeo, INÈDIT AGENCIA
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